divendres, 24 d’abril del 2020

John Stuart MILL, Utilitarisme


1.       Llegiu sempre amb atenció la introducció i la guia de lectura de l'editor que acompanyen els textos, així com els epígrafs o títols de cada apartat. Ajuden molt a entendre els fragments de textos dels pensadors.
2.       L’ideal és que llegiu tots els fragments. Els uns ajuden a entendre els altres (qui esculli H. de la Filosofia a les PAU, els HA DE LLEGIR SENCERS)
3.       Almenys, llegiu amb una atenció especial els paràgrafs següents:
3.1.    Capítol 2 (p. 330): “Què és l’utilitarisme?”: 1, 2, 5, 7, 8, 10, 11, 12, 16, 17, 21, 22, 23
3.2.    Capítol 4 (p. 356): “De quin tipus de prova és susceptible el principi d’utilitat?”: 2, 7, 8, 10
4.       Anoteu els dubtes, discutiu-los entre vosaltres i consulteu-me els que no pugueu aclarir ni amb l’ajut del llibre, diccionaris ni pàgines d’Internet. Quan acabeu la lectura, resoldré les qüestions fonamentals que hagin quedat per entendre. Envieu-me-les ben recopilades.
5.       No deixeu d'analitzar l'examen resolt del final del capítol i de practicar-ne l’estructura amb algun altre fragment que us hagi agradat.

dilluns, 30 de març del 2020

John LOCKE, Segon tractat sobre el govern civil

Estimats/des alumnes,
Aquí s'aniran recollint les vostres consultes sobre John Locke i les meves respostes. Al final de la pàgina, hi ha una casella que podeu utilitzar per escriure comentaris, consultes o per mantenir un debat. Quan canviem d'autor, generaré una nova pàgina i us enviaré la URL a través dels delegats.

  1. Consulta de la Blanca Piñol (2n-A)

Bon dia Jordi,
Et passo els dubtes que m'han anat sorgint a mesura que llegeixo els textos de Locke:
  • De la pàgina 172 no entenc gaire bé el que diu en els dos últims paràgrafs.
  • Quan al segon paràgraf de la pàgina 176 diu en negreta: "no és un poder absolut ni es pot aplicar de manera arbitrària" a què es refereix quan diu: de manera arbitrària?

Gràcies!

RESPOSTA

p. 172 (final)

L’editor del llibre de text explica com John Locke s’oposa a la teoria política de Robert Filmer, basada en la tradició bíblica. Segon aquest pensador, l’origen de l’autoritat d’un rei sobre els seus súbdits deriva de la d’un pare sobre els seus fills. Aquesta font jurídica s’anomena patriarcat (de pater, pare en llatí) i es basa en l’autoritat que Déu va atorgar al primer pare de la humanitat –Adam, tal com s’explica en el Gènesi–, autoritat que a partir d’ell s'havia de transmetre per herència a tota la humanitat.
Segons Locke, això no és així, sinó que el poder polític sorgeix d’un pacte entre tots els membres de la comunitat, és a dir, d’un contracte social en virtut del qual cadascú renuncia a part de la seva llibertat a canvi de seguretat jurídica. A través d'aquest pacte, un dels seus membres obté la magistratura política, o govern, i esdevé monarca. Tota la força del monarca prové únicament de la voluntat del poble.

p. 176 (2n paràgraf)

Aquí, l’editor està explicant els drets naturals que, segons Locke, té tot ésser humà en l’estat de naturalesa (és a dir, abans d’establir-se el contracte social). Aquests drets fonamentals de l’ésser humà són inalienables (ningú els hi pot prendre) però no són il·limitats, precisament perquè limiten amb els drets dels altres éssers humans.
Els drets naturals es poden reduir a tres: dret a la vida (amb salut i seguretat), dret a la llibertat i dret a la propietat.
En un estat natural d’igualtat, si algú no respecta algun dret natural dels altres, aleshores es té el dret de jutjar-lo i castigar-lo. Però no és un poder absolut (és a dir, incondicional) ni arbitrari (que depengui només de la voluntat o capritx de cadascú). Ha de ser proporcional i acceptable per qualsevol ésser humà. La monarquia absoluta que Locke critica no compliria el criteri expressat en la frase anterior.

dilluns, 27 de febrer del 2017

CUANDO LA RAZÓN SE INSPIRÓ EN LOS SUEÑOS

Revista Paradigma, nº 20
UNIVERSIDAD DE MÁLAGA

https://riuma.uma.es/xmlui/bitstream/handle/10630/12977/Gil%20Vernet.pdf?sequence=3

En este año 2016 se celebra, para mayor gloria de las letras inglesas y castellanas, el cuarto centenario de la muerte de dos de los más grandes genios de la literatura universal. No van a ser glosadas aquí sus personalidades ni su obra; que otros con mejores fundamentos se ocupen de ello. Sólo me referiré a William Shakespeare (1564-1616) y a Miguel de Cervantes (1547-1616) como exponentes especialmente ilustres de una época que alumbró, entre otros hitos de suma importancia para la historia de la cultura, aquel momento del pensamiento que hemos etiquetado con el nombre de ‘Filosofía moderna’.
Al igual que todos los puntos de inflexión en el devenir de los acontecimientos humanos, éste contó también con sus antecedentes y precursores. No obstante y a pesar de la deuda contraída con Platón y Aristóteles, la Escolástica, Erasmo de Rotterdam, Tomás Moro, Michael de Montaigne, Francis Bacon, Isaac Beeckman, William Harvey y Galileo Galilei —amén de los matemáticos del colegio jesuita de La Flèche donde se educó—, los historiadores no vacilan en señalar a René Descartes (1596-1650) como el genuino fundador del nuevo periodo de la filosofía que se extenderá hasta finales del s. XIX. Según Ortega y Gasset, esto no se debe tanto a que Descartes innovara absolutamente en filosofía como a que instaurase un nuevo nivel en el filosofar. La filosofía cartesiana (y con ella, la filosofía moderna) se caracteriza por la búsqueda de un método universal para el avance de las ciencias, método en el que el sujeto tiene la primacía sobre el objeto de conocimiento.
Una simple ojeada a los años que acotan la vida de los tres personajes evidencia que Descartes no pudo haber sido conocido por Shakespeare y Cervantes, ya que cuando estos murieron —con una llamativa cercanía de fechas que ha hecho las delicias de los astrólogos y calendaristas durante siglos[1]— Descartes acababa de cumplir 20 años y no había publicado nada aún. Por otra parte, parece probado que Cervantes nunca supo de la existencia del Bardo inglés, mientras que hay indicios razonables de que éste pudo haber leído al menos la primera parte del Quijote. Aun así, las influencias directas entre unos y otros son prácticamente inexistentes. Lo que sí comparten nuestras tres eminencias es, sin ningún género de dudas, el espíritu de la época.
El tránsito del Renacimiento al Barroco se distingue por los grandes cambios acaecidos en el canon de las artes (música, pintura, escultura, arquitectura, la literatura en todas sus facetas: poesía, teatro, novela, ensayo…) y en la aparición de la Nueva Ciencia (iniciada con la revolución copernicana en astronomía y fundamentada por Galileo con la introducción de la física-matemática). Todos estos cambios reflejan las transformaciones sobrevenidas en una Europa desangrada por las guerras religiosas y el inestable equilibrio del poder político. Se asienta el estado-nación moderno en España, Francia e Inglaterra, con un monarca autoritario netamente hegemónico sobre la nobleza. Los territorios de ultramar ensanchan las fronteras de los países hasta límites tan insospechados que en sus territorios ya nunca se pone el sol, surgiendo de este modo la novedosa conciencia de habitar un planeta en rampante inflación geográfica. Por otra parte, la Reforma luterana triunfa y se consolida en el centro y norte del continente europeo, provocando una Contrarreforma ultraconservadora en los países católicos de la periferia que habría de lastrar durante siglos su pleno desarrollo científico, social y económico. Entre las causas de las guerras entre las naciones se cuentan las razones de economía política, los intereses dinásticos y los desencuentros religiosos. Hasta nuestro hombre, Renatus Cartesius, luchó como voluntario en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), el mejor ejemplo de los conflictos bélicos que asolaron el viejo continente en el periodo histórico que nos ocupa.
Fue precisamente durante uno de los asuetos invernales de esta larga guerra cuando un joven Descartes de 23 años, enrolado entonces con las tropas de Maximiliano I, Duque de Baviera, tuvo en un refugio bien caldeado a orillas del Danubio bávaro —una ‘estufa’, según su propia expresión— una concatenación de sueños que él recordaría después como una revelación. A juzgar por la escasa importancia —por no decir nula— que se da a dicho episodio en la mayor parte de las historias de la filosofía al uso, parece como si algunos no se sintieran demasiado cómodos con el hecho de que el padre del racionalismo moderno hallase inspiración para el desarrollo del método en las imágenes oníricas sugeridas por Morfeo. Otros, arrimando el ascua a su sardina, han querido ver en ello un arrebato equiparable a los éxtasis de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, una puerta trasera que conecta el edificio de la razón con el submundo de la irracionalidad mística.
Estos nexos se antojan quizá osados en exceso; sin embargo, es cierto que el recurso a los sueños es algo muy frecuente en la literatura y mucho más aún en la época que nos ocupa. Ya Parménides de Elea, en el s. V a.C., lo había explotado en su poema Sobre la naturaleza para narrar la visión de la verdad que experimenta el alma separada del cuerpo durmiente, en el que sea probablemente el primer viaje astral de la historia de la literatura. Un siglo más tarde, en el Libro VII de la República, el propio Platón representará la vida humana como una ensoñación sufrida en las penumbras de la caverna que representa el mundo sensible.
Los sueños de Descartes
Conocemos los hechos de la noche de marras porque el mismo protagonista los relató en sus notas personales —recuperadas por Leibniz— y en sus diarios de viaje, a los que tuvo acceso su biógrafo Baillet[2]. Al inicio de la segunda parte del Discurso del método[3], Descartes cuenta:
Me encontraba entonces en Alemania, país al que había sido atraído con ocasión de las guerras que aún no han finalizado. Cuando retornaba hacia la armada, después de haber presenciado la coronación del emperador, el inicio del invierno me obligó a detenerme en un cuartel en el que, no encontrando conversación alguna que distrajera mi atención y, por otra parte, no teniendo afortunadamente preocupaciones o pasiones que me inquietasen, permanecía durante todo el día en una cálida habitación donde disfrutaba analizando mis reflexiones.
Fernando II de Habsburgo había sido coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en Frankfurt am Main entre agosto y septiembre. Según sostiene Miguel Ángel Granada,
Descartes no fue con el resto de los soldados a los ‘cuarteles de invierno’ (como creen tantos editores) temiendo la ociosidad [y —añado— la vida libertina de la soldadesca]. El ‘cuartel’ en el que encontró la soledad para dedicarse a sus ‘pensamientos’ es un lugar retirado (en Neuburg, junto al Danubio); y la ‘estufa’ en la que pasó el invierno era una habitación con cocina, en la que se mantenía la calefacción sin molestar al anfitrión, que también evitaba el humo.”[4]
En esa caldeada estancia, tuvo el filósofo tres sueños o ensoñaciones en la noche del 10 al 11 de noviembre de 1619:
Cuando retomaba la unificación de la aritmética y de la geometría entrevista ya desde marzo, entusiasmado al presentir en ella el punto de partida de un método que se extendía a la explicación de la naturaleza, tuvo varios sueños en los que se puede ver la tentación de poseer el mundo (globo simbolizado por la promesa de un melón).
(…) En el último sueño, aparecía, desaparecía y reaparecía incompleta una ‘enciclopedia’ (saber total), el descubrimiento de que al hombre le queda mucho por avanzar en el camino de la verdad. Una antología poética abierta al azar le ofrece el verso de Ausonio: “¿Qué camino seguiré en la vida?”; de ahí la ‘resolución’… de emplear todas las fuerzas de su ingenio en seleccionar los caminos que debía seguir.[5]
Abundando en la idea mencionada más arriba, Strathern llama la atención sobre la ironía de que Descartes, el gran racionalista, encontrara su inspiración en visiones místicas y sueños irracionales. Él mismo enumera algunos intentos de justificación racional aportados desde entonces: el cerebro de Descartes se habría calentado demasiado debido a la estufa, una probable indigestión, el exceso de reflexión o la falta de sueño, una crisis mística e incluso el hecho de su adherencia reciente al movimiento Rosacruz[6]. Parece que el asunto del melón fue motivo de gran regocijo entre los lectores de la biografía del padre Baillet. El mismísimo Sigmund Freud fue invitado a dar su versión del asunto en 1929. En opinión del maestro del psicoanálisis, la mejor interpretación en este caso sería la del propio protagonista de los sueños, puesto que se trata de lo que él llama ‘sueños de arriba’ (Träume von oven), es decir, ensoñaciones producidas en un estado muy cercano a la vigilia.[7] Así pues, merece ser respetada la convicción de Descartes de que sus extraños sueños le animaban a seguir buscando un método seguro para el desarrollo de las ciencias, un método cuya clave se hallaba en las matemáticas. La revelación le sirvió también para confirmar la unidad de la razón —una razón parmenídea, es decir: homogénea, universal y eterna. Contraviniendo por una vez el lema del magnífico grabado de Goya, el sueño de la razón no siempre produce monstruos; aunque sólo sea porque los sueños pudieron servir de inspiración al campeón del racionalismo moderno.
Los sueños de Próspero y Alonso Quijano
Los dos autores homenajeados en este número recurrieron igualmente a los sueños para dar sentido a la vida de sus personajes o para meramente referirse a la fatua condición humana. Así ocurre en el archiconocido pasaje de Shakespeare[8] donde Próspero, duque legítimo de Milán a quien su hermano Antonio ha usurpado el ducado, dice a Fernando, príncipe de Nápoles, y a su propia hija Miranda:
Our revels now are ended. These our actors,
As I foretold you, were all spirits, and
Are melted into air, into thin air:
And like the baseless fabric of this vision,
The cloud-capp'd tow'rs, the gorgeous palaces,
The solemn temples, the great globe itself,
Yea, all which it inherit, shall dissolve,
And, like this insubstantial pageant faded,
Leave not a rack behind. We are such stuff
As dreams are made on; and our little life
Is rounded with a sleep.[9]
Cervantes hace lo propio en el episodio de la manchega cueva de Montesinos[10], en cuya sima hace descender a su maltrecho hidalgo cual si de un avezado espeleólogo y no de un verdadero caballero andante se tratara. Tras largar Sancho Panza cien brazas de cuerda y recuperarlas preocupado al cabo de media hora, emergió al fin don Quijote de las profundidades telúricas con evidentes síntomas de estar dormido. Al verlo, le espetó Sancho:
—Sea vuestra merced muy bien vuelto, señor mío, que ya pensábamos que se quedaba allá para casta.
Pero no respondía palabra don Quijote; y sacándole del todo, vieron que traía cerrados los ojos, con muestras de estar dormido. Tendiéronle en el suelo y desliáronle, y, con todo esto, no despertaba; pero tanto le volvieron y revolvieron, sacudieron y menearon, que al cabo de un buen espacio volvió en sí, desperezándose, bien como si de algún grave y profundo sueño despertara; y mirando a una y otra parte, como espantado, dijo:
—Dios os lo perdone, amigos, que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado. En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño o se marchitan como la flor del campo. ¡Oh desdichado Montesinos! ¡Oh malferido Durandarte! ¡Oh sin ventura Belerma! ¡Oh lloroso Guadiana, y vosotras sin dicha hijas de Ruidera, que mostráis en vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos!
Es la misma idea, a la postre tan barroca, con la que cierra Segismundo su monólogo en el primer acto del drama que Calderón[11] estrenó dos años después de la condena papal contra Galileo[12], otro espíritu que no se dejó encadenar con el cuerpo.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Hoy, cuando quizá los tres anden sumidos en el sueño eterno que Sócrates conjeturó en la escena final del Fedón platónico, nosotros seguimos disfrutando de las páginas que ellos nos legaron, bien sea riéndonos y compadeciéndonos a la vez de la simpar pareja cervantina, meditando y discutiendo los textos cartesianos o asombrándonos ante el crudo retrato de nuestra desnuda humanidad que contienen los dramas atribuidos a Shakespeare. Estos versos declamados por su creación más universal, el príncipe danés Hamlet, ensalzan bellamente la transcendencia del sueño:[13]



…To die, to sleep
—to sleep— perchance to dream: ay, there's the rub,
for in that sleep of death what dreams may come
when we have shuffled off this mortal coil,
must give us pause. There's the respect
that makes calamity of so long life.[14]
Para terminar esta somera reflexión sobre la importancia filosófica del sueño y los sueños que el sueño alberga, creo que merece la pena recordar, aunque me haya quedado ya sin espacio para desarrollar la cuestión aquí, que Descartes utilizó el trance hipnagógico experimentado a orillas del Danubio como un potente argumento para poner en duda la existencia de una realidad exterior a la mente. Se trata del segundo escalón de la ‘duda metódica’, el proceso de deconstrucción de las inciertas certezas que nos arrogamos sobre el mundo que concluirá, como es bien sabido, con el hallazgo de la única certeza absoluta: cogito, ergo sum; ‘pienso, por tanto existo’.




[1] Hoy parece establecido definitivamente que la muerte de Cervantes debió ocurrir el 22 de abril de 1616 y la de Shakespeare, el 3 de mayo, según el calendario gregoriano que entonces ya se utilizaba en España. La confusión con las fechas se explica, además de por la escasez de documentos disponibles de la época, porque en Inglaterra todavía se contaba entonces el tiempo con el calendario juliano.
[2] BAILLET, Adrien (1691), Vida de Descartes.
[3] DESCARTES, René (1995), Discurso del método; GRANADA, Miguel Ángel y LLEDÓ, Emilio (editores), Círculo de Lectores, Barcelona.
[4] Ibíd. (1995)
[5] Ibíd. (1995)
[6] STRATHERN, Paul (2015), Descartes en 90 minutos, Siglo XXI, Madrid
[7] En la psicología actual, se conoce esta fase del sueño como hipnagógica.
[8] SHAKESPEARE, William (1611), La tempestad, Acto 4, Escena 1
[9] Ahora, nuestro juego ha terminado. Estos actores, / como os dije, eran sólo espíritus y / se han fundido en el aire, en la levedad del aire: / y, al igual que la ilusoria visión que representaban, / las torres que coronan las nubes, los lujosos palacios, / los solemnes templos, el gran globo mismo, / sí, con todo lo que contiene, se disolverán, / y, como estos desvaídos espectáculos insustanciales, / no dejarán rastro. Estamos hechos de la misma materia / de los sueños y nuestra breve vida / cierra su círculo con otro sueño.
[10] CERVANTES, Miguel de (1615), El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, 2ª parte, Cap. XXII
[11] CALDERÓN DE LA BARCA, Pedro (1635), La vida es sueño
[12] En 1633, tras un juicio instigado por el Tribunal del Santo Oficio —o Inquisición— en Roma, el Papa Urbano VIII condenó a Galileo Galilei a cadena perpetua. Ésta le fue conmutada por la de arresto domiciliario vitalicio cuando el padre de la ciencia moderna se retractó postrado de las afirmaciones contenidas en su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, publicado el año anterior. Eppur si muove…
[13] SHAKESPEARE, William (1599), Hamlet, Acto III, Escena 1
[14] “Morir, dormir: dormir / y quizá soñar; ahí está la dificultad, / porque en ese sueño de la muerte, pueden venir los sueños / —una vez nos hayamos despojado de las vicisitudes de esta vida mortal— / que nos hacen meditar. Es este respeto / el que convierte tan larga vida en una calamidad.”




dissabte, 17 de maig del 2014

LA COMUNICACIÓN, NEXO ENTRE EVOLUCIÓN NATURAL y EMPRESA

Resumen ampliado de mi ponencia sobre comunicación en la Jornada sobre la Gestión de la Internacionalización de la Prevención de Riesgos laborales organizada por la Fundación Prevent
(Madrid, 6/05/14)

PRESENTACIÓN
El mercado es una selva donde se establece una lucha por la supervivencia de todos contra todos. En este contexto, puede resultar útil tener algunos conocimientos sobre el evolucionismo y sus leyes, en particular las de la evolución sociocultural. Me centraré en dos aspectos clave de la evolución: la comunicación y la prevención de riesgos. Teniendo en cuenta que la economía es un producto cultural y las empresas, agentes económicos, espero poder probar la pertinencia de este análisis.
BREVE INTRODUCCIÓN A LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN
No tenemos mejor teoría explicativa de la naturaleza que la teoría de la evolución. Los fundamentos filosóficos del evolucionismo moderno se fraguan en la Ilustración, aunque su mejor formulación para la realidad concebida como un todo que evoluciona en el tiempo se puede encontrar en la obra del filósofo alemán G.W.F. Hegel (1770-1831). Es una teoría que ya nació multinacional e interdisciplinar; y en su desarrollo posterior lo es todavía mucho más.
Los principios naturalistas, basados en un ingente trabajo experimental de campo, fueron establecidos por el naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) y el geógrafo y botánico galés Alfred Russel Wallace (1823-1913). Es célebre el viaje alrededor del mundo del joven Darwin a bordo del HMS Beagle entre 1831 y 1836. El estudio de cómo se transmite la herencia fue iniciado en el s. XIX por el monje y botánico checo Gregor Johann Mendel (1822-1884) y el también botánico y genetista holandés Hugo Marie de Vries (1848-1935); por fin, la síntesis definitiva de las perspectivas anatomista y genetista la propuso en 1937 el genetista ucranio Theodosius Dobzhansky (1900-1975).
Darwin enunció el célebre principio según el cual el motor de la evolución de las especies es la selección natural basada en la lucha por la existencia (struggle for existence) inspirándose en las reflexiones del demógrafo Robert Malthus (1766-1834) sobre el eventual estancamiento y hasta colapso de las poblaciones, cuyo crecimiento es geométrico, a causa de la escasez de alimentos, que sólo crecen aritméticamente. El inglés Herbert Spencer (1820-1903) y otros sociólogos aplicaron la teoría evolucionista a las sociedades humanas acuñando el principio de la supervivencia de los más fuertes (survival of the fittest). Al entrar en juego las habilidades aprendidas y la voluntad de aplicarlas, Spencer dio por buena para las sociedades la tesis naturalista teleológica que Jean Baptiste Lamarck (1744-1829) expuso en su libro Filosofía zoológica (1809): “la función hace el órgano”.
El medio ambiente donde se produce la evolución de las especies es la naturaleza; el medio de la evolución cultural humana es la sociedad. Para seguir con la analogía de las ciencias naturales, el ecosistema en el cual batallan las empresas y corporaciones es el mercado. Parece razonable pues utilizar la misma metáfora bélica para el mercado económico que para los mares y las selvas: la lucha por la existencia.
Según el darwinismo, la evolución natural es ciega porque se basa en el azar. La naturaleza es un sistema dinámico en equilibrio inestable, por lo que se transforma continuamente. Cambia la corteza terrestre, cambia el clima, cambia la composición de la atmósfera y la salinidad de los mares, así como la circulación de las corrientes aéreas y oceánicas; también cambian (mutan) los genes de los seres vivos dando lugar a la biodiversidad. Lo que rige el éxito o el fracaso en la adaptación de los seres vivos a su entorno es haber sufrido o no las transformaciones orgánicas adecuadas en el momento preciso para tener ventajas competitivas frente a otras especies.
Sin embargo, la evolución cultural no es del todo azarosa. A la fortuna ─uno no elige el equipamiento neurológico con el que viene al mundo, por ejemplo─ se le añade el artificio. Aparecen factores tales como la inteligencia abstracta, la inventiva, la técnica, los conocimientos, la colaboración, la creatividad, la investigación, la imitación y la comunicación conceptual. Los humanos tenemos además intenciones y fines (a diferencia de la naturaleza) porque nuestras acciones se orientan hacia algún objetivo o utilidad práctica, hacia la prevención de potenciales peligros y riesgos, etc.
LA COMUNICACIÓN, UNA DE LAS CLAVES DEL ÉXITO EVOLUTIVO DE LOS ORGANISMOS COLECTIVOS
La entrada ‘Comunicación’, en la acepción tercera del Diccionario de la Real Academia Española, dice así: “Transmisión de señales mediante un código común al emisor y al receptor”.
Para que exista comunicación efectiva, debe haber al menos dos sistemas capaces de procesar información, codificarla e intercambiarla eficazmente a través de un canal de manera que el mensaje pueda modificar sus estados internos. Los sistemas pueden ser organismos vivos u otros (artilugios electrónicos tales como ordenadores o teléfonos móviles, por ejemplo).
Si aceptamos esta definición, hay interacción pero no parece que haya comunicación entre Asia y el subcontinente indio para generar la cordillera del Himalaya. El monte Everest existe y sigue creciendo por acción de la resultante de las fuerzas mecánicas que describe la tectónica de placas.
Sin embargo, para la supervivencia y desarrollo de toda forma de vida, tanto la interacción con el medio como la comunicación entre individuos son esenciales.
La ameba (organismo unicelular, protista) reacciona a los estímulos físicos o químicos que capta de su medio ambiente con movimientos tales como el desplazamiento o el cambio de forma. Hay, desde luego, síntesis de información en alguna medida; sin embargo, no hay comunicación porque el entorno es pasivo.
Los animales (organismos pluricelulares) están dotados de órganos de los sentidos y se adaptan al medio en función del procesamiento de datos (es decir, de la síntesis de información) y la comunicación entre individuos. Los seres humanos, en cuanto animales, son por supuesto también objeto de la evolución natural.
Hay muchos seres vivos que obtienen propiedades emergentes por vivir en asociación mutualista (organismos colectivos). Entre ellos, hay sin duda comunicación. En el caso del hormiguero, la mirmecología afirma que, aunque lo constituyan decenas de miles de individuos en colaboración y se comporte como un superorganismo, es el instinto basado en patrones genéticos el que rige la (casi) totalidad de la conducta de las hormigas.
Sin embargo, en los grupos sociales de chimpancés y otros mamíferos superiores se aprecian algunas pautas de aprendizaje y transmisión de ciertas conductas (uso de palos para atrapar insectos, piedras para romper cáscaras, etc.). Según algunos etólogos, se trataría de hábitos culturales comparables a los de nuestros antepasados.
Por fin, la sociedad humana, de una complejidad y versatilidad enormes, no habría podido desarrollarse sin haber superado el mero instinto gracias a una herramienta de comunicación con un potencial formidable: el lenguaje natural. Éste posibilita la fijación y el aprendizaje de ideas, que es la base de la creación y la transmisión de cultura.
El hormiguero lleva existiendo desde hace unos 120 millones de años sin grandes cambios en sus pautas de organización. Las sociedades humanas, muchísimo más recientes (unos dos millones de años de hominización y alrededor de 100.000 desde la aparición del homo sapiens sapiens), están en constante transformación y readaptación. Esto ha sido posible porque la evolución cultural, muchísimo más veloz, ha tomado el relevo de la evolución natural.
Las sociedades humanas se fundamentan en la obtención y defensa de recursos económicos (‘economía’=organización del entorno). Los seres humanos construyen familias, estados, organizaciones, empresas… Las humanas son las únicas sociedades que siguen evolucionando en función de intereses sobrevenidos (confort, acumulación de bienes y poder, calidad de vida, ocio…); sobrevenidos, porque se alejan de las necesidades básicas de supervivencia cuando ya se ha alcanzado el equilibrio con el medio ambiente natural (alimentarse, reproducirse, defenderse, dormir…). Nosotros no sólo nos adaptamos al medio; también lo modificamos en nuestro provecho (o perjuicio).
Diversidad cultural
De las diferentes maneras de adaptarse a entornos naturales distintos surge una multiplicidad de culturas humanas muy bien reflejadas por la variedad idiomática. Hoy, a pesar de la globalización, se hablan en el planeta Tierra más de 5.000 idiomas con múltiples variantes dialectales. El mundo se estructura políticamente en más de 200 países, naciones o estados y muchos de ellos incluyen diversas y variopintas etnias o nacionalidades. En consecuencia, coexisten miles de microculturas.
No obstante, todas ellas tienen elementos en común: el lenguaje natural, la moralidad, estructuras sociales como la familia, la organización del poder y la de la economía; alguna forma de religión, tradiciones culinarias, juegos y otras formas de ocio, etc. Lo que David Hume denominó naturaleza humana (Tratado sobre la naturaleza humana, 1738), que hoy sabemos determinada en buena medida genéticamente, es lo que hace que todos los grupos humanos tengan maneras similares de resolver los problemas que la existencia les plantea. Son factores como la latitud, la orografía, el microclima, la cercanía al mar, la vegetación o su ausencia…; es decir, el hábitat en su conjunto el que causa diferentes estrategias de adaptación cultural. Así lo argumentó Montesquieu en El espíritu de las leyes (1748).
Así pues, somos iguales en la diferencia. Quien viaje por el mundo, no debería olvidar este lema. Y si tiene que trabajar en otros países, entonces debe tenerlo presente en todo momento. Las empresas transnacionales, y con más motivo si los países donde están implantadas pertenecen a ámbitos culturales históricamente muy alejados, no pueden soslayar la importancia del pluralismo cultural en su política de empresa y deben actuar en consecuencia. Según algunos sociólogos y antropólogos, ‘pluralismo’ es la convivencia enriquecedora de culturas, mientras que ‘multiculturalismo’ es la simple coincidencia en un territorio compartimentado donde las partes adolecen de falta de comunicación.
Acerca de la política de comunicación en las compañías transnacionales
Se ha dicho antes que el ecosistema de las empresas es el mercado. Se trata de un ambiente hostil donde se lucha por la supervivencia, como lo hacen las distintas especies de seres vivos en la naturaleza. En esa feroz lucha, la comunicación es un arma estratégica. Para ser eficaz, la comunicación debe ser fluida tanto en el ámbito interno de la organización como en el externo.
Ningún procedimiento logrará implantarse con éxito si no se diseña la formación adecuada, tanto para los empleados nativos como para los desplazados, de manera que ambos colectivos comprendan sus respectivas peculiaridades culturales (idioma, costumbres…) y puedan reconocerse mutuamente como iguales a pesar de las diferencias.
Es conveniente que la política de comunicación interna de la compañía sea abierta e inteligente. El flujo de la información debe ser circular y completo para que haya retroalimentación (feed-back) entre los diferentes estamentos.
La comunicación con las instituciones y organismos del país de acogida también debe ser fluida y razonablemente abierta (política laboral, interés por la región de implantación, respeto por el medio ambiente, compromiso con el desarrollo sostenible, responsabilidad social corporativa...)
LA PREVENCIÓN, FACTOR CLAVE EN EL PROCESO DE HOMINIZACIÓN Y EN EL DESARROLLO DE LAS EMPRESAS
Una de las consecuencias de la comunicación desde los inicios de la vida social de los homínidos fue la capacidad de aprender de la experiencia conjunta y anticipar situaciones comprometidas. La inteligencia proyectada al futuro permitió a nuestros antepasados evitar riesgos gracias a la imaginación o reaccionar más eficazmente ante los peligros (depredadores potenciales, setas venenosas, sequías o inundaciones, clanes de homínidos belicosos…). Esta actitud, que no es privativa de los homínidos, no ha dejado de manifestarse en todos los ámbitos de nuestra existencia.
Para la supervivencia de una empresa en el competitivo medio ambiente del mercado no parece que una buena política de prevención de riesgos laborales sea accesoria. No exclusivamente por razones cuantitativas (el ahorro en costes es fácilmente calculable), sino también por otras de cariz cualitativo como la mejora del ambiente laboral y la toma en consideración del factor humano (transmitir sensación de seguridad, reducir efectivamente la siniestralidad, invertir en la formación adecuada…). La información, cuya principal herramienta de transmisión es la formación continuada, es la mejor prevención
Las grandes directrices de la prevención de riesgos se rigen por la normativa de cada país. No obstante, la decisión de aplicarlas según criterios de mínimos o máximos depende del nivel de autoexigencia de cada organización.
RECAPITULACIÓN
Si Darwin estaba en lo cierto, entonces la evolución natural se debe a un azaroso devenir y todo ser vivo ha existido o ha dejado de hacerlo siguiendo un destino ciego. Si Darwin no tuviera toda la razón, como parecen sugerir algunas investigaciones en microbiología (verbigracia, la rápida readaptación de las nuevas cepas de bacterias a los antibióticos), quizá hubiera un hueco para el finalismo lamarckista en la teoría evolutiva.
Sin embargo y por lo que sabemos, no caben muchas dudas razonables de que, en la evolución cultural de las sociedades humanas, el éxito en la adaptación al medio se debe ─además de a la fortuna─ a factores tales como el cálculo racional, la laboriosidad, la innovación, el espíritu de sacrificio, la iniciativa, la comunicación y la prevención de riesgos.
CONCLUSIÓN
Aunque existiera algún tipo de predestinación divina, como afirma el protestantismo calvinista, lo cierto es que no lo sabemos. No nos queda otro remedio pues que actuar como si no existiera y luchar con nuestras mejores armas por sobrevivir en la jungla de la sociedad. Quizá tenga razón Max Weber cuando sostiene en La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905) que esta convicción explicaría la mayor competitividad de las organizaciones de países con cultura protestante con respecto a las de países con tradición católica. Si así fuera, ¿habría que resignarse a ello?

Lo sensato sería que no, por lo que hay que hacer un esfuerzo e invertir en políticas de comunicación eficiente y formación de calidad, así como en la eficaz gestión de la prevención de riesgos laborales.

dimecres, 17 de juliol del 2013

'HANNAH ARENDT', un biopic

Título: Hannah Arendt
Directora: Margarethe von Trotta
Nacionalidad de la producción: Alemana
Año: 2012
Duración: 113 min

He visto con placer la película biográfica filmada por Margarethe von Trotta sobre Hannah Arendt (1906-1975), una de las intelectuales más destacadas del siglo XX. Su condición de judía alemana y la época que le tocó vivir hicieron que experimentase en primera persona los turbulentos acontecimientos desencadenados por el nazismo en los años treinta. Fue discípula y amante del eximio filósofo Martin Heidegger, una intensa relación que marcó su pensamiento en teoría política ─nunca renegó de su maestro, a pesar de que Heidegger tuvo algo más que un coqueteo con el nazismo y jamás se retractó públicamente de ello─ y su vida sentimental ─aunque luego se casara dos veces y tuviera un feliz segundo matrimonio con Heinrich Blücher. Tras el triunfo electoral del Partido Nacionalsocialista y el encono del antisemitismo rampante, huyó a Francia desde donde viajó, ya en plena II Guerra Mundial, a los EEUU. Allí se naturalizó y enseñó en varias prestigiosas universidades hasta su muerte.
Escribió obras de filosofía política de gran trascendencia. Hay que destacar en especial Los orígenes del totalitarismo (1951), donde sitúa en el mismo plano dos modelos de estado totalitario que muchos consideraban en ese momento contrapuestos: el nazismo y el comunismo; también La condición humana (1958), un profundo análisis de la esencia social de la humanidad. Publicó asimismo Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal (1963), desarrollada a partir de los materiales obtenidos de su cobertura del juicio al nazi Adolf Eichmann en Jerusalén.
El biopic de Magarethe von Trotta, protagonizado por una excelsa Barbara Sukowa en el papel de Hannah Arendt, trata precisamente de ese crucial episodio en la vida de nuestra intelectual. Eichmann se había refugiado en Argentina tras huir de la Alemania derrotada (muchos oficiales nazis hallaron plácido retiro y refugio cómplice en diversos países de América), pero había sido capturado y trasladado a Israel por agentes del Mosad en 1960. Al año siguiente, cuando se supo que el criminal de guerra iba a ser juzgado por un tribunal en Jerusalén, Arendt se ofreció al periódico The New Yorker para cubrir el acontecimiento como periodista. Que una eminente y reputada filósofa se postulara para ejercer de corresponsal no era una ocasión que un periódico que se preciara pudiera desaprovechar y, en buena lógica, fue contratada.
Una vez en Jerusalén, Hannah Arendt se reencuentra con viejos amigos de su juventud en Alemania y asiste a las sesiones del juicio. Cuando escucha hablar a Eichmann y a algunos testigos de cargo judíos que sobrevivieron al holocausto, Arendt tiene dos revelaciones que habrían de focalizar su informe: la banalidad del mal y la colaboración necesaria de las organizaciones judías europeas para que la ‘solución final’ fuese tan efectiva. En efecto, del discurso burocrático del probo empleado Eichmann ─un sujeto gris, de carácter anodino y vulgar en su servilismo─, quien se encargaba de organizar eficazmente los transportes de judíos de buena parte de Europa a los campos de la muerte, infiere Arendt lo que debió ser el distintivo de tantos y tantos mamporreros del nazismo. Eran funcionarios del régimen que ejecutaban las más bárbaras órdenes de sus superiores con obediencia y diligencia, esto es: sin pensar. Sin pensar en si lo que estaban haciendo estaba bien o estaba mal, si era cruel o hasta inhumano; si les hacía, en fin, responsables o no de la suerte de aquellos a los que conscientemente enviaban a los campos de exterminio. Eran piezas esenciales para el funcionamiento de la monstruosa maquinaria nazi, aunque luego pretendieran escudarse en la cadena de mando para eximirse de cualquier responsabilidad.
¿Cuántos miles de disciplinados Adolf Eichmann hicieron falta, en cargos de mayor o menor responsabilidad, para llevar a cabo la localización, detención, transporte y exterminio de seis millones de personas como si de un eficiente procedimiento industrial se tratara? ¿Cuántas decenas de miles de cómplices ─no exclusivamente alemanes─ hubo de tener la operación de delación y liquidación de los judíos a escala europea? ¿No tuvo algo o mucho que ver con esa macabra eficacia la entrega de los listados que contenían los nombres de los miembros de las comunidades a las autoridades nazis por parte de los propios responsables de las sinagogas y las congregaciones judías? ¿Qué esperaban obtener a cambio los colaboracionistas judíos? ¿Quizá salvar sus propias vidas?
Estos punzantes interrogantes se clavan en la mente de Hannah Arendt mientras presencia el proceso contra Eichmann (creo que fue un acierto de la directora haber insertado imágenes reales del juicio durante el montaje de la película). La responsabilidad en las atroces matanzas no fue sólo de los máximos líderes e ideólogos nazis como Hitler, Goebbels y Himmler; también los fríos ejecutores que estaban al mando de la organización de los transportes y de los campos de concentración y exterminio tuvieron gran importancia en el éxito de la operación de aniquilación conocida por el significativo nombre de ‘solución final’. Sólo que, a diferencia de sus jefes, estas meras ruedas dentadas de la vil maquinaria asesina creían firmemente estar sólo cumpliendo órdenes. Con esmero, por supuesto, porque ellos eran eficaces y abnegados profesionales.
Ahora bien, que Eichmann actuara sin pensar no lo convierte en irresponsable a los ojos de Arendt, y aún menos en inocente. Contra lo que entendieron muchos al leer su informe, Eichmann es para Hannah Arendt un criminal sin ningún género de dudas. La filósofa metida a reportera sólo pretende llamar la atención sobre el hecho de que el mal suele ser a menudo el simple producto de la colaboración entusiasta, del silencio cómplice o de la inacción ante la injusticia cometida que la consecuencia de malas ideas bien meditadas o de una mala voluntad. A menudo, los motores del mal son factores tan humanos como el miedo a perder algo preciado ─la vida, quizá─, la esperanza de sacar tajada de la desgracia de otros o el cosquilleo de sentir que se forma parte de un poder que se ejerce contra otros. El instinto de supervivencia a toda costa, la envidia malsana y la ambición desmedida pueden causar grandes males. Por eso dice Arendt que el mal es banal. ‘La banalidad del mal’ es la fórmula que expresa cómo el mal no surge tanto de grandes construcciones teóricas como de los deseos y pasiones más ordinarios de la condición humana. Los mismos motivos patéticamente egoístas que exhibió Eichmann en los interrogatorios fueron los que impulsaron a algunos líderes de las comunidades judías askenazíes a colaborar con los jerarcas nazis. Eso es lo que salió a la luz en el juicio de Eichmann en Jerusalén, para desolación de muchos de los supervivientes.
Arendt ató cabos, interpretó filosóficamente la cuestión y elaboró un brillante informe que fue publicado por entregas en The New Yorker. Las reacciones no se hicieron esperar. Las primeras, provenientes de los propios judíos norteamericanos, fueron furibundas. Se consideraban traicionados por la filósofa judía ─al fin y al cabo, una de los suyos─ a quien reprochaban disculpar a Eichmann al tiempo que acusaba a los líderes judíos europeos de haber contribuido al holocausto. Por más que Arendt intentó aclarar racionalmente su posición, algunos antiguos buenos amigos le retiraron la palabra y su bien labrado prestigio académico se vio mancillado. No importaba que sus argumentos fueran sólidos, que se atuviera a los hechos probados en el juicio y a las declaraciones habidas ante el tribunal; tampoco importaba que la honestidad intelectual de Arendt estuviera fuera de toda duda. Cuando se tocan los sentimientos, la razón encoge.
Lo cierto es que Arendt actuó como una auténtica filósofa. Ella persiguió la verdad como un detective persigue al criminal. Y persiguiendo la verdad se topó con algunas sorpresas, como que el mal es a menudo banal (por eso cualquiera puede obrarlo: su vecino, su hijo, usted misma. ¿Hace falta rememorar lo que ocurre en cualquier guerra civil?); y también que algunas víctimas se prestan a colaborar con los victimarios a la espera de obtener algún beneficio a cambio (es bien sabido quién se ocupaba de mantener el orden en los barracones de los campos de concentración).

La tarea del intelectual es ser honesto con la verdad ─o, por lo menos, con lo que cree honestamente que es la verdad─ y construir sólidos argumentos que sostengan su punto de vista. Es frecuente que eso disguste a alguien y, si ese alguien es poderoso, puede que tome represalias contra el causante del disgusto. Así se pierden amigos, empleos, estatus social y, en casos extremos o situaciones históricas propicias, puede que incluso la vida. En este sentido, un intelectual honrado es a menudo un héroe; y Hannah Arendt era sin duda una intelectual honrada.

diumenge, 9 de juny del 2013

La implacable extinción de la Filosofía en secundaria

La filósofa Amelia Valcárcel publicó el viernes 7 de junio un bello, sentido y razonado artículo en el diario El País titulado Descartes: poner el mundo en pie. Se trata de un sin duda loable intento de llamar la atención, una vez más, de las autoridades educativas de uno u otro signo político sobre la importancia de la presencia de la Filosofía en las enseñanzas medias. A mí me parece que, por desgracia, y aunque los primeros espadas de la filosofía en la universidad rompan lanzas en favor de la pervivencia de las materias del área de Filosofía en los currículos de la ESO y el bachillerato, se trata de una batalla perdida de antemano. Hace ya muchos años que existe la idea, entre nuestra clase dirigente, que la filosofía no es más que un inane adorno cultural quizá útil para el deleite de unos pocos, pero perfectamente irrelevante en la vida económica y social. Los saberes filosóficos no son necesarios para nada y hay que dejar cuantas más horas disponibles, mejor, para aquellos conocimientos que sí van a ser útiles en la vida adulta de los estudiantes. No voy a discutir ahora esa idea, bastante lo he hecho ya tanto en las aulas como en mis escritos.
Lo cierto es que si las vacas sagradas de nuestra filosofía patria no logran hacerse escuchar por los poderosos, ¿qué se puede esperar de los miembros del gremio de los enseñantes en secundaria y formadores?; o de los nuevos opinadores online, los blogueros, tan tenaces, disciplinados y regulares  como escasamente influyentes con sus reflexiones y desvaríos ─salvo unos pocos, aunque a menudo por razones que poco o nada tienen que ver con la calidad y riqueza de sus aportaciones.
Desde que entró en vigor la LOGSE, he visto decrecer sin pausa la presencia en horas y la influencia en términos absolutos de la Filosofía en el plan de estudios de bachillerato. Nada ni nadie ha conseguido revertir la regresión. La Ley Wert es una piedra más sobre la tumba de la que un día fuera la madre de todos los saberes racionales. Sin embargo, es cierto que su sangre fluye por las venas de sus hijos, las ciencias. O los genes de la madre, si así se prefiere, informan las células de sus vástagos. Y no sólo eso sino que, como bien nos recuerda Valcárcel, la estructura de nuestra ideología o cosmovisión está armada con los pensamientos de los grandes filósofos, desde Platón hasta Rawls ─aunque pocos sean conscientes de ello.
La cuestión de fondo no es tanto si habrá en el futuro próximo un espacio para la materia Filosofía en los horarios, sino si puede practicarse debidamente la reflexión filosófica ante cualquier objeto (ya sea la física, la economía, la historia, la genética, la matemática...) sin contar con los especialistas en la materia. A tenor de mi experiencia, estoy persuadido de que no. Sin embargo, no hay cuidado: la Tierra seguirá su danza giróvaga por el espacio sideral y España su rumbo incierto entre el (des)concierto de las naciones.
Para este viaje, que nos permitió asomarnos por un tiempo al espejismo del club de los países más ricos y cultos que el nuestro, ¿hacían falta alforjas? Sea como fuere, lean el artículo de Amelia Valcárcel. Vale la pena.

diumenge, 30 de desembre del 2012

¿A qué juegan los niños de hoy?


Hace unos días y con motivo de un receso en las reuniones familiares de las fiestas navideñas, nuestros amables vecinos nos invitaron a una opípara cena en su casa. Los elaborados y deliciosos manjares regados con buen vino amenizaron la conversación que cambiaba de un tema a otro, como suele ocurrir en estas ocasiones.
En un momento de la velada surgió el tema de las habilidades de los niños para jugar con los dispositivos electrónicos a su alcance, ya sean teléfonos móviles, consolas, tabletas u ordenadores. Como decía acertadamente nuestra anfitriona, ‘los niños de hoy han echado los dientes’ con estos cacharros y les son por tanto tan naturales como a nuestra generación andar en bicicleta, saltar a la comba, perseguir todo tipo de balones, vestir muñecas o ejercitar la puntería a pedradas. Hubo un punto en el que la conversación se atascó, y fue además por mi culpa. Ocurrió que me empeciné en un aspecto secundario de la cuestión en el que, por cierto, no quería fijarme y ahí quedé atrancado. Sin duda, el grado etílico que había ido alcanzando paulatinamente tuvo algo que ver, puesto que a mí el alcohol me suelta tanto la lengua como me enerva el raciocinio. La cosa no tuvo mayor importancia, ya que mis comensales eran gente civilizada y se pasó a otro tema sin más.
En ese capítulo de la cena, yo no defendía (como quizá pudiera haber parecido) que fuera malo para los niños entretenerse con los aparatos electrónicos. En esto, como en casi todo, el secreto está en la dosis. Lo que yo pretendía decir era lo siguiente: aunque a algunos progenitores o abuelos les parezca que sus retoños son niños-prodigio por la soltura con la que utilizan esos dispositivos, lo cierto es que la normalidad con la que la inmensa mayoría de ellos se maneja con los aparatos digitales deja claro que son habilidades al alcance del común de la gente. Los habrá más dotados y más torpes, exactamente igual como ha ocurrido siempre en cualquiera de los juegos tradicionales. En cuanto a la utilidad de ese tipo de juegos para la formación de los niños y jóvenes ─aceptando sin reservas que saber utilizar los dispositivos electrónicos es de todo punto imprescindible en el mundo actual y la evolución tecnológica un proceso irreversible (salvo que sobrevenga una catástrofe universal que nadie cuerdo desea)─ sus beneficios son menos puros de lo que se suele dar por supuesto.
Está claro que esa tecnología permite jugar, adiestrarse en ciertas habilidades y potenciar otras, entretenerse (los jóvenes y los no tan jóvenes), confinarse cada miembro de la familia en su reducto privado durante horas (lo que puede redundar en una mayor tranquilidad en el hogar y hasta en la calle); puede facilitar además la teleconexión con familiares y amigos, permitir el establecimiento de nuevas relaciones a distancia, acceder a un sinfín de información y no sé cuántas cosas más.
Algunas de las virtudes mencionadas tienen su reverso, como la de que quién puede ser conocido a través de las redes sociales sea un indeseable agazapado tras la seguridad del anonimato. Como también es cierto que la utilización excesiva de los dispositivos electrónicos provoca aislamiento, estrés, problemas de visión, alteraciones nerviosas, impaciencia y adicción. Esta última se está diagnosticando clínicamente ahora entre los jóvenes surcoreanos pero es evidente que no les afecta sólo a ellos, como cualquiera habrá comprobado cuando observa a jóvenes (o adultos) de cualquier lugar o procedencia permanentemente enganchados a sus móviles con los que whatsappean o twittean sin parar. Cada vez parece más difícil que nadie se concentre en una actividad que requiera sosiego y reflexión, como la lectura. Todo tiene que ser inmediato, instantáneo, rápido, fugaz. No es sólo que los cachorros digitales no estén dispuestos a realizar el esfuerzo que supone leer a Platón o a Joyce (no pierdo de vista que entre los de mi generación tampoco abunda ese tipo de lector); es que la mayoría ni siquiera lograría concentrarse en La isla del tesoro o en el periódico… suponiendo que alguna vez se lo propusiera.
Lo he dicho antes: para bien y para mal, esta realidad es irreversible. Sólo el tiempo nos permitirá ir conociendo el balance resultante de los pros y los contras de la digitalización de la sociedad. Cada uno debe aprovechar las ventajas y evitar los inconvenientes de la nueva era digital según su recto entendimiento y sin perder de vista el viejo método de aprendizaje conocido en psicología como de ensayo-error. Pero eso sí, hagámoslo bien pertrechados de sentido común, sin fundamentalismos dogmáticos ni papanatismos.
Y a nuestros encantadores vecinos y a mi sufrida mujer: ¡gracias por tan deliciosa velada y por la paciencia que mostrasteis conmigo!