Resumen ampliado de mi ponencia sobre comunicación en la Jornada sobre la Gestión de la Internacionalización de la Prevención de Riesgos laborales organizada por la Fundación Prevent
(Madrid, 6/05/14)
PRESENTACIÓN
El mercado es una selva
donde se establece una lucha por la supervivencia de todos contra todos. En
este contexto, puede resultar útil tener algunos conocimientos sobre el
evolucionismo y sus leyes, en particular las de la evolución sociocultural. Me
centraré en dos aspectos clave de la evolución: la comunicación y la prevención de riesgos.
Teniendo en cuenta que la economía es un producto cultural y las empresas,
agentes económicos, espero poder probar la pertinencia de este análisis.
BREVE INTRODUCCIÓN A LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN
No tenemos mejor teoría
explicativa de la naturaleza que la teoría de la evolución. Los fundamentos
filosóficos del evolucionismo moderno se fraguan en la Ilustración, aunque su
mejor formulación para la realidad concebida como un todo que evoluciona en el
tiempo se puede encontrar en la obra del filósofo alemán G.W.F. Hegel (1770-1831). Es una teoría que ya nació multinacional e interdisciplinar; y en su desarrollo posterior lo es todavía mucho más.
Los principios naturalistas,
basados en un ingente trabajo experimental de campo, fueron establecidos por
el naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) y el geógrafo y botánico galés Alfred Russel Wallace
(1823-1913). Es célebre el viaje alrededor del mundo del joven Darwin a bordo del
HMS Beagle entre 1831 y 1836. El estudio de cómo se transmite la herencia fue iniciado
en el s. XIX por el monje y botánico checo Gregor Johann Mendel (1822-1884) y el también botánico y genetista holandés Hugo Marie de Vries (1848-1935); por fin, la
síntesis definitiva de las perspectivas anatomista y genetista la propuso en
1937 el genetista ucranio Theodosius Dobzhansky (1900-1975).
Darwin enunció el célebre
principio según el cual el motor de la evolución de las especies es la
selección natural basada en la lucha por la existencia (struggle for existence) inspirándose en las reflexiones del
demógrafo Robert Malthus (1766-1834) sobre el eventual estancamiento y hasta colapso
de las poblaciones, cuyo crecimiento es geométrico, a causa de la escasez de
alimentos, que sólo crecen aritméticamente. El inglés Herbert Spencer (1820-1903) y otros
sociólogos aplicaron la teoría evolucionista a las sociedades humanas acuñando
el principio de la supervivencia de los más fuertes (survival of the fittest). Al entrar en juego las habilidades aprendidas y la voluntad de aplicarlas, Spencer dio por buena para las sociedades la tesis naturalista teleológica que Jean Baptiste Lamarck (1744-1829) expuso en su libro Filosofía zoológica (1809): “la función hace el órgano”.
El medio ambiente donde se
produce la evolución de las especies es la naturaleza; el medio de la evolución
cultural humana es la sociedad. Para seguir con la analogía de las ciencias
naturales, el ecosistema en el cual batallan las empresas y corporaciones es el
mercado. Parece razonable pues utilizar la misma metáfora bélica para el
mercado económico que para los mares y las selvas: la lucha por la existencia.
Según el darwinismo, la
evolución natural es ciega porque se basa en el azar. La naturaleza es un sistema dinámico en equilibrio inestable,
por lo que se transforma continuamente. Cambia la corteza terrestre, cambia el
clima, cambia la composición de la atmósfera y la salinidad de los mares, así
como la circulación de las corrientes aéreas y oceánicas; también cambian (mutan) los genes de los seres vivos
dando lugar a la biodiversidad. Lo que rige el éxito o el fracaso en la
adaptación de los seres vivos a su entorno es haber sufrido o no las transformaciones
orgánicas adecuadas en el momento preciso para tener ventajas competitivas
frente a otras especies.
Sin embargo, la evolución
cultural no es del todo azarosa. A la fortuna ─uno no elige el equipamiento
neurológico con el que viene al mundo, por ejemplo─ se le añade el artificio. Aparecen
factores tales como la inteligencia abstracta, la inventiva, la técnica, los
conocimientos, la colaboración, la creatividad, la investigación, la imitación
y la comunicación conceptual. Los humanos tenemos
además intenciones y fines (a diferencia de la naturaleza) porque nuestras
acciones se orientan hacia algún objetivo o utilidad práctica, hacia la prevención de potenciales peligros y riesgos,
etc.
LA COMUNICACIÓN, UNA DE LAS CLAVES DEL ÉXITO EVOLUTIVO DE LOS ORGANISMOS COLECTIVOS
La entrada ‘Comunicación’,
en la acepción tercera del Diccionario de la Real Academia Española, dice así: “Transmisión
de señales mediante un código común al emisor y al receptor”.
Para que
exista comunicación efectiva, debe haber al menos dos sistemas capaces de
procesar información, codificarla e intercambiarla eficazmente a través de un
canal de manera que el mensaje pueda modificar sus estados internos. Los sistemas
pueden ser organismos vivos u otros (artilugios electrónicos tales como ordenadores
o teléfonos móviles, por ejemplo).
Si aceptamos
esta definición, hay interacción pero no parece que haya comunicación entre
Asia y el subcontinente indio para generar la cordillera del Himalaya. El monte
Everest existe y sigue creciendo por acción de la resultante de las fuerzas
mecánicas que describe la tectónica de placas.
Sin embargo,
para la supervivencia y desarrollo de toda forma de vida, tanto la interacción con
el medio como la comunicación entre individuos son esenciales.
La ameba (organismo
unicelular, protista) reacciona a los estímulos físicos o químicos que capta de
su medio ambiente con movimientos tales como el desplazamiento o el cambio de
forma. Hay, desde luego, síntesis de información en alguna medida; sin embargo,
no hay comunicación porque el entorno es pasivo.
Los animales
(organismos pluricelulares) están dotados de órganos de los sentidos y se
adaptan al medio en función del procesamiento de datos (es decir, de la síntesis
de información) y la comunicación entre individuos. Los seres humanos, en
cuanto animales, son por supuesto también objeto de la evolución natural.
Hay muchos
seres vivos que obtienen propiedades emergentes por vivir en asociación mutualista (organismos colectivos).
Entre ellos, hay sin duda comunicación. En el caso del hormiguero, la mirmecología afirma que, aunque lo constituyan decenas de
miles de individuos en colaboración y se comporte como un superorganismo, es el
instinto basado en patrones genéticos el que rige la (casi) totalidad de la
conducta de las hormigas.
Sin embargo, en los
grupos sociales de chimpancés y otros mamíferos superiores se aprecian algunas pautas de
aprendizaje y transmisión de ciertas conductas (uso de palos para atrapar
insectos, piedras para romper cáscaras, etc.). Según algunos etólogos, se
trataría de hábitos culturales comparables a los de nuestros antepasados.
Por fin, la sociedad humana,
de una complejidad y versatilidad enormes, no habría podido desarrollarse sin haber
superado el mero instinto gracias a una herramienta de comunicación con un
potencial formidable: el lenguaje natural. Éste posibilita la fijación y el aprendizaje
de ideas, que es la base de la creación y la transmisión de cultura.
El
hormiguero lleva existiendo desde hace unos 120 millones de años sin grandes
cambios en sus pautas de organización. Las sociedades humanas, muchísimo más
recientes (unos dos millones de años de hominización y alrededor de 100.000
desde la aparición del homo sapiens
sapiens), están en constante transformación y readaptación. Esto ha sido
posible porque la evolución cultural, muchísimo más veloz, ha tomado el relevo
de la evolución natural.
Las
sociedades humanas se fundamentan en la obtención y defensa de recursos
económicos (‘economía’=organización del entorno). Los seres humanos construyen
familias, estados, organizaciones, empresas… Las humanas son las únicas
sociedades que siguen evolucionando en función de intereses sobrevenidos
(confort, acumulación de bienes y poder, calidad de vida, ocio…); sobrevenidos,
porque se alejan de las necesidades básicas de supervivencia cuando ya se ha
alcanzado el equilibrio con el medio ambiente natural (alimentarse, reproducirse,
defenderse, dormir…). Nosotros no sólo nos adaptamos al medio; también lo
modificamos en nuestro provecho (o perjuicio).
Diversidad
cultural
De las
diferentes maneras de adaptarse a entornos naturales distintos surge una multiplicidad
de culturas humanas muy bien reflejadas por la variedad idiomática. Hoy, a
pesar de la globalización, se hablan en el planeta Tierra más de 5.000 idiomas con
múltiples variantes dialectales. El mundo se estructura políticamente en más de
200 países, naciones o estados y muchos de ellos incluyen diversas y variopintas etnias
o nacionalidades. En consecuencia, coexisten miles de microculturas.
No obstante,
todas ellas tienen elementos en común: el lenguaje natural, la moralidad, estructuras
sociales como la familia, la organización del poder y la de la economía; alguna
forma de religión, tradiciones culinarias, juegos y otras formas de ocio, etc. Lo que David
Hume denominó naturaleza humana (Tratado sobre la naturaleza humana, 1738),
que hoy sabemos determinada en buena medida genéticamente, es lo que hace que todos
los grupos humanos tengan maneras similares de resolver los problemas que la
existencia les plantea. Son factores como la latitud, la orografía, el microclima,
la cercanía al mar, la vegetación o su ausencia…; es decir, el hábitat en su
conjunto el que causa diferentes estrategias de adaptación cultural. Así lo argumentó
Montesquieu en El espíritu de las leyes
(1748).
Así pues, somos
iguales en la diferencia. Quien viaje por el mundo, no debería olvidar este
lema. Y si tiene que trabajar en otros países, entonces debe tenerlo presente
en todo momento. Las empresas transnacionales, y con más motivo si los países
donde están implantadas pertenecen a ámbitos culturales históricamente muy
alejados, no pueden soslayar la importancia del pluralismo cultural en su
política de empresa y deben actuar en consecuencia. Según algunos sociólogos y
antropólogos, ‘pluralismo’ es la convivencia enriquecedora de culturas,
mientras que ‘multiculturalismo’ es la simple coincidencia en un territorio compartimentado
donde las partes adolecen de falta de comunicación.
Acerca de la política de comunicación en
las compañías transnacionales
Se ha dicho antes
que el ecosistema de las empresas es el mercado. Se trata de un ambiente hostil
donde se lucha por la supervivencia, como lo hacen las distintas especies de
seres vivos en la naturaleza. En esa feroz lucha, la comunicación es un arma
estratégica. Para ser eficaz, la comunicación debe ser fluida tanto en el
ámbito interno de la organización como en el externo.
Ningún procedimiento
logrará implantarse con éxito si no se diseña la formación adecuada, tanto para
los empleados nativos como para los desplazados, de manera que ambos colectivos
comprendan sus respectivas peculiaridades culturales (idioma, costumbres…) y
puedan reconocerse mutuamente como iguales a pesar de las diferencias.
Es conveniente
que la política de comunicación interna de la compañía sea abierta e
inteligente. El flujo de la información debe ser circular y completo para que haya
retroalimentación (feed-back) entre
los diferentes estamentos.
La
comunicación con las instituciones y organismos del país de acogida también debe
ser fluida y razonablemente abierta (política laboral, interés por la región de
implantación, respeto por el medio ambiente, compromiso con el desarrollo
sostenible, responsabilidad social corporativa...)
LA PREVENCIÓN, FACTOR CLAVE EN EL PROCESO DE
HOMINIZACIÓN Y EN EL DESARROLLO DE LAS EMPRESAS
Una de las
consecuencias de la comunicación desde los inicios de la vida social de los homínidos
fue la capacidad de aprender de la experiencia conjunta y anticipar situaciones
comprometidas. La inteligencia proyectada al futuro permitió a nuestros
antepasados evitar riesgos gracias a la imaginación o reaccionar más
eficazmente ante los peligros (depredadores potenciales, setas venenosas,
sequías o inundaciones, clanes de homínidos belicosos…). Esta actitud, que no
es privativa de los homínidos, no ha dejado de manifestarse en todos los
ámbitos de nuestra existencia.
Para la supervivencia
de una empresa en el competitivo medio ambiente del mercado no parece que una
buena política de prevención de riesgos laborales sea accesoria. No exclusivamente
por razones cuantitativas (el ahorro en costes es fácilmente calculable), sino también por otras de cariz cualitativo como la mejora del ambiente laboral y la toma en consideración del factor humano (transmitir
sensación de seguridad, reducir efectivamente la siniestralidad, invertir en la formación adecuada…). La información, cuya principal herramienta de transmisión es la formación continuada, es la mejor prevención
Las grandes directrices
de la prevención de riesgos se rigen por la normativa de cada país. No
obstante, la decisión de aplicarlas según criterios de mínimos o máximos depende del nivel
de autoexigencia de cada organización.
RECAPITULACIÓN
Si Darwin
estaba en lo cierto, entonces la evolución natural se debe a un azaroso devenir
y todo ser vivo ha existido o ha dejado de hacerlo siguiendo un destino ciego. Si
Darwin no tuviera toda la razón, como parecen sugerir algunas investigaciones en
microbiología (verbigracia, la rápida readaptación de las nuevas cepas de
bacterias a los antibióticos), quizá hubiera un hueco para el finalismo lamarckista
en la teoría evolutiva.
Sin embargo
y por lo que sabemos, no caben muchas dudas razonables de que, en la evolución
cultural de las sociedades humanas, el éxito en la adaptación al medio se debe ─además
de a la fortuna─ a factores tales como el cálculo racional, la laboriosidad, la
innovación, el espíritu de sacrificio, la iniciativa, la comunicación y la prevención de riesgos.
CONCLUSIÓN
Aunque existiera algún tipo de predestinación divina, como afirma el protestantismo calvinista, lo cierto es que no lo sabemos. No nos queda otro remedio pues que actuar como si no existiera y
luchar con nuestras mejores armas por sobrevivir en la jungla de la sociedad. Quizá
tenga razón Max Weber cuando sostiene en La
ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905) que esta convicción
explicaría la mayor competitividad de las organizaciones de países con cultura protestante
con respecto a las de países con tradición católica. Si así fuera, ¿habría que
resignarse a ello?
Lo sensato sería
que no, por lo que hay que hacer un esfuerzo e invertir en políticas de comunicación
eficiente y formación de calidad, así como en la eficaz gestión de la prevención de
riesgos laborales.